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Texto 6- La sonata de la bruja de terciopelo

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Mensaje  Usher Dom Abr 19, 2009 5:22 pm

La sonata de la bruja de terciopelo



Las hojas de los robles permanecían inmóviles en el exterior, mientras eran embadurnadas por un tenue rojizo proveniente del interior de la sala de actos. Todos los ciudadanos de Hampsfire, desde el banquero Hurrman, la puritana señora Gladys hasta el eminente juez Hillfire que presidía la congregación yacían en sus asientos, algunos con la mirada nerviosa, y otros, sujetando rosarios entre sus temblorosas manos
- Conciudadanos, se repitió la tragedia; por sexta vez. Hoy hemos perdido al joven y apuesto Jimm, un cristiano de buen corazón que hacía resplandecer todas y cada una de sus virtudes en los exquisitos dulces que producía. Gente de buen vestir de lejanías tales como Cryoddetier o Hgallmeyer hacían largos trayectos para saborear esas delicias. Ya, nunca más.
El señor Hillfire irguió sus robustas y severas facciones y a la vez que apretaba sus pétreas manos entre sí haciendo resonar un crujido y lanzó un suspiro al aire. Algunos pueblerinos comenzaron a susurrar rezos y maldiciones, unos con ojos cerrados fuertemente, otros mirando al marfileño techo. El juez golpeó estrepitosamente la mesa que regía a la vez que se elevaba, adoptando una postura curva hacia la conglomeración, y sus furtivos ojos se encajaron en el más allá de la sala haciendo callar las vocecitas temerosas de los ciudadanos.
- ¡No permitiremos que ése ser siga acechando nuestras humildes vidas y robando las vidas de nuestros valerosos jóvenes, en nombre de Dios!
Y la sala retumbó con un unánime “amén” a son de guerra.



El día siguiente fue un lunes de dorados rayos de sol sobre la verde pradera que rodeaba la ribera del este del pueblo, acotada ligera y únicamente por unos pocos árboles neonatos. Detrás de uno de ellos, haciendo amago de esconderse, una joven de larga pestañas y mirada persuasiva observaba con detenimiento al joven Wilmer, el cual, sentado sobre una de las rocas cercanas al río y con pentagrama en mano, buscaba los últimos retoques a su composición final. Wilmer, un joven de plante elegante, intuitivo y vivaz, no tardó en percatarse de la invasiva mirada de la joven y, con aires pícaros, solo se dedicó a corresponderla de reojo mientras azotaba al aire su lapicero haciendo logro, en ese momento, de los acordes deseados. Satisfecho, alzó la partitura al Sol, notándose así el contraste entre la fulgente luz y la lívida piel del compositor. Esbozó una sonrisa, lleno de satisfacción y plenamente orgulloso; el pianista había completado su obra.
Entonces, recordando a la bella admiradora giró su rostro de lado a lado buscándola, pues se había esfumado de su supuesto “escondrijo” anterior.
Oyó unos pasos a sus espaldas y volvió a sonreír.



Los hábiles dedos del pianista presionaron la última tecla del piano poniendo fin al recital privado. Durante varios segundos quedó inmóvil gozando de la perfección de su obra. Su inercia se interrumpió cuando la seductora muchacha aferró la púrpura bata del joven estirándola hacia las carmesíes sábanas aterciopeladas de la cama para expiarse los dos en júbilo.
Él se levantó con ágil vaivén y con pasos hipnóticos, sin perder su altivez, la siguió manteniendo sus ojos en las sinuosas curvas de la joven, cubiertas por una endrina blusa.
- ¿Cuéntame amado, que dice esa pieza?
Pasó la lengua sobre sus propios labios para alejar la sequedad de estos y brindarle una respuesta, mientras se estiraba con lentitud sobre el lecho, sintiendo en sus desarropados brazos el melodioso tacto del terciopelo.
- Soy el secreto que te callas.
La joven se mordió el labio y le envió una mirada llena de intenciones a desvelar, mientras él, totalmente seducido, comenzaba a notar como a cada segundo los latidos de su corazón se multiplicaban y devoraba a la belleza que tenía enfrente con sus fúlgidas pupilas.
- Soy el viento que te amenaza.
Con felinos movimientos ella se subió al lecho con él. Quedó arrodillada encima de la cama, con cada muslo a una banda del joven. Las dos manos que mantenía a su espalda, las elevó y las situó en el pecho del joven apartando a los lados la bata que lo escondía.
- Soy la luz que te delata.
La joven usó una mano para acariciar el lampiño cuerpo del joven, desde el suave pecho al pálido rostro, subiendo por su enervado cuello y cayendo por los pozos de la barbilla, mientras escondía la otra mano a un lado, deslizándola por el terciopelo.
- Soy la sombra que te desampara.
Un golpe seco en la sien y sin vida se quedó.



La noche ya había llegado y en una estancia del hogar Dessaur, la luz seguía.
Una inesperada ausencia de su joven señor alertó a los criados, y los alaridos de éstos al descubrir el cadáver alertaron a los demás habitantes del pueblo. Poco a poco, todos ellos, fueron acumulándose en la habitación donde Breuer, el pianista, yacía sin vida mirando al vacío.
El juez entró haciendo percibir su presencia a paso firme y seco, como un latido inhumano, llegó a la estancia y apartó a los curiosos con rígidos movimientos de sus brazos hasta llegar a contemplar el crimen.
- ¡Maldita sea esa bruja surgida del fulgor de los infiernos de Satanás!
El juez comenzó a maldecir de mil y una formas que solo el conocía mientras, los espectadores comenzaron a susurrar con gesto de terror, asombro y curiosidad, volteándose de lado a lado buscando algo, hasta que alguien, lo encontró.
- ¡El piano está sonando!
Y entonces el mismo juez se dirigió hasta el piano y se calló al ver como las teclas subían y bajaban solas como si el pianista diera su último concierto. El juez solo pudo enmudecer a la vez que evocaba una mueca de horror; la habitación se sumió en absoluto silencio. Una melodía sepulcral inundaba la estancia aterrorizando a cada uno de los invitados al recital, que miraban absortos el subir y bajar fantasmagórico.
De repente, un furioso viento se arrojó sobre el cuarto rompiendo algunos vidrios y haciendo volar algunos sombreros. Los ojos de muchos se estremecieron por la vigorosa corriente, que tan rápida como vino, se fue, dejando la melodía sonar y al ruido de una lámpara de pie balancearse. Ésta, cayó estrepitosamente al suelo y rodó unos metros hasta hallarse en quietud.
El destellante foco deslumbró a todos los presentes y, hasta pasados unos segundos, no pudieron observar como era enfocada por él, una joven de largas pestañas, ni tampoco pudieron observar que, ésta, carecía de sombra.
Y la pieza llegó a su fin.
Usher
Usher
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